Nunca habÃa leÃdo a Lovecraft, el género del terror nunca me llamó la atención. Cuando vi el llamado a concurso del Circulo Lovecraftiano de Méxicopara cuentos cortos de terror, me animé a escribir algo en ese género.
¿Este fue el resultado, que les parece?
***
Vagaba por las calles del barrio, sin sentido, sin saber.
Miraba con desprecio a las otras personas, las detestaba solo por ser personas. Fueron alguna vez sus compañeros de trabajo, familiares, o incluso sus amigos, algunos.
No entendÃa qué pasaba, habÃa vomitado sangre todo el dÃa, pero odiaba a los médicos, sus caras falsas, siempre sonrientes, con los dientes blancos como la espuma del mar. Eran los peores, siempre queriendo salvar el mundo, si pagabas el precio.
La sangre que salia de su boca le traÃa recuerdos. Pero, ¿qué recuerdos?
Si, hasta ayer habÃa sido una persona normal. Las visiones de gusanos, lombrices y demonios lo habÃan arrebatado de su vida podrida y desagradablemente simple y monótona. Vagaba sin rumbo fijo, en la mitad de la noche. En aquel lugar todos dormÃan, creÃan estar a salvo, seguros, pero todo está por cambiar.
Ha perdido sus zapatos, ya no los necesita, tampoco le servÃan. Sigue caminando, observando. No quiere esconderse, quiere salir.
—¿Quién dijo eso? ¿De dónde ha salido esa voz?
Trató de correr pero no pudo, sus piernas no responden a sus pensamientos, ya nada es lo mismo, ni lo será.
Sigue, luego de intentarlo varias veces puede acelerar su paso. Ya no trota, ahora huye, corre, cae al piso, la lluvia comienza a caer. Libros, rituales, personas… Personas desagradables haciendo cosas indebidas. Más visiones le vienen a la mente, nos son suyas, pero están dentro de él.
A la vuelta de la esquina está el puerto, sus piernas siguen corriendo, escuchó que una mujer lo llamó. Se detuvo, no la ve. Vomitó de nuevo lo que quedaba en sus entrañas, el estómago le duele, se retuerce en el más asqueante dolor. Su piel le daba asco, gusanos salÃan de cada poro, una vez más. No lo puede detener, tampoco quiere, desea expulsarlo todo, pide piedad.
En el puerto, un barco amarrado a la distancia lo anima a seguir caminando.
La voz lo azota dentro de su cabeza, puede sentir su odio, su miedo y sufrimiento. Siente los brazos hinchados, lo mismo su cara y sus hombros.
Era la hora de salir.
Dentro del bote un hombre lo mira con sorpresa, e inmediatamente huye despavorido lanzándose al mar. Suelta las amarras del barco, sus manos no son las mismas, su vista tampoco, sus ojos se secaban ante el frÃo del invierno. Enciende el bote y acelera.Â
—¡Debo ir al marrrrr!
¿Por qué? Algo allà le esperaba, esa voz de mujer otra vez. Navega a toda velocidad, como si supiera a dónde iba. La noche se hacÃa más oscura al alejarse del puerto y las luces de la ciudad, la lluvia no cesaba. El olor del mar le llamaba como sirena, el fétido olor de la ciudad era lo que posiblemente le habÃa causado las náuseas, a medida que se alejaba éstas desaparecen. Su cuerpo habÃa estado cambiando, desde que leyó aquel libro, y recitó esas palabras. Se habÃa reconocido a sà mismo. Pero su lado humano no lo entendÃa.
Detiene el bote.
La lluvia cesó, dio paso a la niebla, aquella gran conocida del pasado. La niebla le obedece y abre un agujero para que se puedan ver las estrellas.
–¡MÃrenme!
Dolor en el pecho, se lleva las manos a los pezones, éstos caen ensangrentados como fruta podrida entre sus manos. ¡Cuanto dolor! Se retuerce, algo se rompe en su espalda, escucha la piel abrirse, más gusanos, más lombrices, el olor del mar las llama, deben salir, es la hora.
Un grito que nadie escucha en la inmensa oscuridad, con la niebla cubriéndolo todo alrededor de ellos, el humano está muriendo inevitablemente, era su destino. Y él ha regresado.
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